Por @micaurrutia
I
En mí vida había visto muchas escenas tristes, pero pocas como la que me encontré la madrugada de un domingo en la cocina de un desconocido. Estaban sobre la mesa el mate a medio tomar y el agua fría en el termo. Parecía como si la fuerza no hubiera alcanzado para tomarlo, pero tampoco para no hacerlo. Y entonces estaba así: por la mitad.
Por la mitad como también estaba el televisor que no andaba del todo bien pero que reproducía un canal de noticias con titulares vacíos y un hecho desgarrador. Por la mitad, como probablemente había quedado una charla y como quizá habían quedado las lágrimas.
Pero en verdad, mis suposiciones eran sólo intentos desesperados de reconstruir una historia de la que solo había visto los vestigios sobre la mesa de la cocina.
- ¡Te estoy diciendo que te calles, pelotuda!
- Me tenés cansada, Manuel. Mañana me mudo. Hoy junto mis cosas y mañana me voy. No te soporto más.
- Tené cuidado con lo que decís. Tené cuidado porque sabes cómo me pongo. No me hagas calentar.
II
Manuel no parecía, a vista de todos, un mal pibe. El se decía "hijo de médico y abogada", porque hasta los nombres se olvidaba cuando se trataba del oficio. Tocaba el piano, jugaba al fútbol y tenía un gran grupo de amigos.
A sus 25 años Manuel había descubierto una faceta suya que desconocía. De vez en cuando se miraba al espejo intentando reconstruirse. Como si la función de esos pedazos de cristal fuera multiplicar el mundo y con eso a él mismo. Pero rara vez lo conseguía.
- Por favor, mí amor, no te vayas. Te juro que voy a cambiar. Te lo prometo. — decía Manuel un sábado por la tarde—. Podemos ir a comer mañana, ¿Querés?. Y el finde que viene nos vamos a pescar. ¡Si! A pescar. Viste que en el río uno como que se conecta, ¿No te parece? ¿No? Bueno.
III
Siete horas más tarde, en la noche del sábado, Manuel se fumaba un pucho. Había calculado que le quedaban unos 15 minutos para terminarlo, lo que serían sus últimos 15 minutos de tranquilidad.
10 minutos. El cigarrillo todavía entero. Manuel prende la tele, y pone las noticias. Piensa que si lo que hizo está tan mal, la gente tiene que hablar de eso. Pero en cambio, si nadie lo menciona, no es tan malo como parece.
8 minutos. Empieza a dolerle un poco la cabeza, las imágenes de lo que pasó revolotean en su mente como queriendo decirle algo. No capta el mensaje.
7 minutos. Se escucha que el televisor anuncia un cuerpo hallado en medio del río. La víctima aún no identificada, parece que murió ahogada.
6 minutos. Se prepara unos mates para cumplir con el ritual de los sábados por la noche. Sorbo. Pitada. Sorbo. Pitada. Sorbo.
5 minutos. La cocina está llena de humo. Deja todo, excepto el cigarrillo, y se va al baño. Se mira en el espejo y no se reconoce. Las cortinas de la ducha están todas rasgadas. Las imágenes aparecen de nuevo: los gritos, sus manos, la oscuridad.
2 minutos. El pucho empieza a quemarle un poco los dedos.
1 minuto. Se mira en el espejo, le pega y con un puñetazo sus nudillos empiezan a sangrar. Los trozos de vidrio se esparcen y esta vez sí parecen multiplicar su mundo.
Un momento después el cigarrillo se consume y junto a él, los recuerdos que tenía Manuel de esa noche.
Puertas adentro, Manuel se estaba acostando a dormir y entre sus sueños se escuchaban golpes en la puerta. De fondo todavía resonaban las noticias.
Puertas afuera estaba la realidad.
IV
"La cabeza es una máquina de hacer monstruos" dijo Juan Solá alguna vez. Esa noche, entre los fragmentos del espejo roto, Manuel no pudo entenderlo. Pero, con desesperados golpes desde la puerta, yo sí.
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