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  • Foto del escritorSUBSUELO

El Capitán

Actualizado: 2 jun 2020

Los hechos narrados a continuación, sucedieron en los primeros días de Febrero, año 2020. Por respeto a quienes se vieron involucrados, los nombres han sido cambiados.

Las imágenes son meramente ilustrativas.

 (La versión original fue dispuesta para compartirse en Instagram acompaña de fotografías ilustrativas, la podes encontrar en: https://www.instagram.com/p/B8FLKWTnrGY/)

Domingo 02/02/2020


La luna ya se escondió y volvió a mostrarse, espléndida, cuatro veces desde que emprendimos nuestra misión. La noche pareciera una mulata con pecas blancas, como las que atienden al público en la Embajada de la Vía Láctea, y dormir dejó de ser una opción desde que las estrellas iluminan más la noche que el propio Sol el día.

El Capitán ya casi no hablaba, solo rumoreaba para sí mismo cuando le tocaba hacer la guardia. Nunca había conocido a alguien tan comprometido y entusiasmado por la misión a la que se le había asignado. Nunca había escuchado a nadie hablar con tanta devoción de la misma hostilidad del mundo, de las tundras del Polo Sur, de las sabanas Africanas, de las selvas Amazónicas (o lo que quedaban de ellas), de las ciudades en Venus y de la ciudad Intraterrestre que estábamos buscando en las sierras Cordobesas.

Nadie lo interrumpía cuando por la madrugada indicaba al pelotón el camino a seguir durante, días y semanas, no solo por el enorme respeto que le teníamos, sino por la convicción con la que nos hablaba.

Sin embargo, solo retazos quedaban de aquel hombre que nos convenció de aventurarnos en esta locura.



Llegamos a la Ciudad de Capilla con la primer luna nueva del año. La oportunidad de encontrar la entrada a Erks sin la distracción de la luz azulada no debía ser desperdiciada, y esa misma noche nos adentramos a Puertas del Cielo con lo puesto, y los equipos de rastreo y registro.

Nuestro pelotón era de unas 37 personas y 25 drones extendidos por casi tres kilómetros, necesitábamos abarcar la mayor cantidad de espacio para que el rastrillaje fuese un éxito y así encontrar la maldita puerta. Las sierras alrededor se alzaban cubriendo de silencio todo el territorio, solo la noche se escuchaba aullar al canto de sus sapos, grillos y demás alimañas que alguna vez fueron, y para siempre serán, despojadas del día.

Cuando entrada la madrugada se dio la orden de reagrupación, solo quedamos cinco de nosotros y ningún dron. Nadie había escuchado, visto, ni siquiera sentido nada. El manto de estrellas sobre nosotros iluminaba el cielo como nunca mis ojos hubiesen imaginado, sin embargo la tierra estaba a cada minuto más oscura.

Nuestro Artesano de Luz, Perussi, alertó que había encontrado un dron. Segundos después Lodge, el único Mecánico de Infantería que quedaba en pie, encontró otro, y otro, y luego otro más. Sin perder tiempo Lodge se puso a abrir los drones para ver si encontraba la causa de sus descomposición, mientras los demás debatimos las teorías de donde había ido a parar el resto del equipo, ninguna teoría fue muy alentadora y todo intento para analizar los drones inútil.



Fueron cuatro las horas que duró el rastrillaje por el monte hasta que se ordenó la reagrupación, y otras cinco las que los sobrevivientes buscamos a más sobrevivientes.

Rolo, un guerrero de élite y experto en explosivos encontró a Stussi, el cartógrafo designado para acompañarnos en la misión, sentado sobre un cactus, con los ojos pálidos como el estupor de la luna al encontrarse con los rayos del sol al amanecer, rápidamente todos corrimos a fastidiarlo con nuestra curiosidad. No hubo otra respuesta que una suerte de mantra indescifrable para nosotros y que él no paraba de repetirse “Mapu Wañuy Solin Sala Ra”. Perussi, que era el hombre más inteligente del pelotón, antes, y aún después, de la masacre, logro descifrar que se trataba de una lengua muerta que utilizaban los Comechingones antes de la conquista y que poseía también vestigios del Sumerio, pero no pudo precisar a qué se referían las palabras repetidas por un Stussi que parecía haber envejecido veinte años en cinco horas, y contando.

Nadie supo qué hacer por lo que nos quedamos ahí, en silencio, esperando su muerte, la cual llegó junto a los primeros rayos del Sol. Luego lo enterramos sobre una pendiente desde la que se veía el cielo como un techo infinito y levantamos una Cruz en su honor. Stussi era un Cristiano devoto que había llegado al pelotón con la intención de llevar la Palabra de Dios a la Metrópolis Intraterrena de Erks, claro que ahora nadie lo haría, la mitad de los sobrevivientes eran Judíos, la otra mitad no podíamos creer en un Dios que dejase caer a nuestros hermanos.

Finalmente el Capitán pronunció unas palabras a modo de despedida. Esa fue la última vez que lo escuchamos hablar en público.



La madrugada se fue, y consigo se llevó la voz del Capitán, y la calidez del equipo. Sin embargo eso no evitó la llegada del nuevo día, adornada del canto de las aves. - Son Delinaras Aborteras - dijo Perussi. Efectivamente lo eran, todos sabemos diferenciar el canto de un Delinaras del de un Pangeo de patas cortas. No hay que ser un Artesano de Luz para saber eso.

- Sin embargo - titubeo - No es época de apareamiento, y los Estractococos Delinaras solo cantan cuando buscan pareja para pasar el invierno y cuando... -

- Y cuando - interrumpió Rolo, con una voz tenue que rozaba el susurro y que implicaba un gran esfuerzo escucharla - alguna especie invasora ataca sus nidos.

- Entonces es eso, sus nidos, si los encontramos podemos encontrar a los invasores.

- Pero - tuve que preguntarlo, ahora me arrepiento tanto- Si son invasores, ¿Eso quiere decir que estamos buscando la entrada a una ciudad hostil? ¿Que no era una misión para la integración al mercado Universal? ¿Una misión de reconocimiento y acercamiento?

- ¿Desde cuando una misión del gobierno tiene fines armónicos para la sociedad a la que se la visita? ¿Te olvidas de Irak? ¿No recuerdas Vietnam? ¿Corea? Latinoamérica entera.

- Pero, nosotros no somos yankees, no somos como ellos.

- Todos los gobiernos son yankees pequeña.

El Capitán, desde dentro de la carpa, no emitió una sola palabra en toda la discusión, pero el humo de su tabaco delataba su presencia.

Esa misma tarde emprendimos nuevamente camino por el monte, debíamos caminar seis horas sin parar cargando cada uno sus equipos si queríamos llegar al refugio antes que la noche lo hiciera.



Llevábamos apenas tres horas de caminata cuando llegamos a la primer cima, ahora solo debíamos descender hasta el valle, donde podríamos recargar nuestras cantimploras con agua de la vertiente, y volver a subir al otro cerro, así podríamos ladearlo y llegar finalmente al camino que nos llevaría a la cima del Uritorco.

El camino era sinuoso y, como quien no quiere la cosa, bastante traicionero, pero de a ratos se dejaba andar y uno no presenciaba mayor inconveniente que el desafío físico que implicaba caminar bajo el sol de la tarde cargando veinte quilos en la espalda y diez más en el pecho. Sin embargo, antes de llegar siquiera al valle, unas piedras imposibilitaron nuestro descenso. Con las manos inhabilitadas, debido a la cantidad de provisiones que nos requería una operación de tales magnitudes, trate de apoyar mi peso sobre una planta para pasar por encima de las piedras que se habían desprendido del cerro y obstruían nuestro paso, al hacerlo me apoye sin darme cuenta en un Vandorian Tejedor, uno de esos cerdos despellejados que sólo sienten dolor con cualquier contacto, incluso con la más mínima brisa, y que si tuviesen apenas un tinte de humanidad preferirían la muerte a una vida condenada al sufrimiento. El Vandorian chilló como un gato dentro de un saco al cual cascotean los hijos del hombre, y huyó despavorido sobre el camino, llevándose consigo una avalancha de tierra y piedras que me arrastraron pendiente abajo. Finalmente una de las piedras de las que buscaba evadir término quebrandome la pierna y detuviendo mi caída. Perussi atendió mis heridas.

- Tienes suerte de que haya sido un Vandorian Tejedor y no una Maluca de Cuatro Pechos - dijo riendo. En su momento no le encontré gracia, aún no lo hago, pero desearía que alguien esté de humor para contar aunque sea un chiste tan estúpido como ese.



Mi fractura retraso al resto del equipo. Lodge y Rolo se turnaron para darme una mano hasta llegar al valle. Ahí decidimos acampar, la noche ya nos había alcanzado y emprender la subida al cerro era una locura. De haber sabido.

Debimos haber sospechado de un principio, desde que la Luna se asomó para saludarnos, sin embargo estábamos tan cansados. Yo creo fui la primera en dormir. No llegue a la cena pese a la insistencia de los muchachos para que coma y junte fuerzas. Lo cierto es que no me sentía débil, sino, por el contrario, desde mi herida brotaba un calor que se apoderó del correr de mi sangre y en cada latido se propagaba hacia las extremidades una energía desconocida anteriormente. Sin embargo, mis ojos se tumbaron.

Al despertar el Capitán ya no estaba y mi pierna había tomado el color de la noche anterior.

No podía siquiera pensar en caminar, por lo que el dia lo pase acostada mientras el resto del equipo cuidaba de todos. Menos del Capitán.

El dolor que sentía se convirtió lentamente en una nostalgia palpitante, me recordaba a todas las heridas que conocí en mi niñez. Era un dolor profundo que brotaba de mi hueso destrozado, y a la vez de una calidez digna del beso de una madre para sanar la misma herida.

Así pasaron cuatro días y tres noches, acostada en el valle. Pensando en días pasados y en noches venideras. Recordando la larga caminata que habíamos hecho, atravesando los altos pastizales que le llegan a uno al cuello y lo convierten en una cabeza flotante, las altas laderas que deberíamos haber escalado y que mi pierna, ahora astillada, no nos lo permitió, recordando y suponiendo. Los ojos de Stussi, blancos, vacíos de vida, envejecidos. La voz del Capitán, muda, despojada de sí, robada. Los treinta y dos compañeros que se había llevado la noche, ausentes pero nunca olvidados.

La luna ya se escondió y volvió a mostrarse, espléndida, cuatro veces desde que emprendimos nuestra misión, y ahora creo entender. Los ojos de mis compañeros se parten en lágrimas, yo les sonrío y los recuerdo, el primer día, el ultimo.

Para entrar a Erks hay que ganarle a la vida y perderse en la muerte.



Mi fractura retraso al resto del equipo. Lodge y Rolo se turnaron para darme una mano hasta llegar al valle. Ahí decidimos acampar, la noche ya nos había alcanzado y emprender la subida al cerro era una locura. De haberlo sabido.

No llegue a la cena pese a la insistencia de los muchachos para que coma y junte fuerzas. Lo cierto es que no me sentía débil, sino, por el contrario, desde mi herida brotaba un calor que se apoderó del correr de mi sangre y en cada latido se propagaba hacia las extremidades una energía desconocida anteriormente. Sin embargo, mis ojos se tumbaron.

Al despertar el Capitán ya no estaba y mi pierna había tomado el color de la noche anterior.

No podía siquiera pensar en caminar, por lo que el día lo pase acostada mientras el resto del equipo cuidaba de todos. Menos del Capitán.

El dolor que sentía se convirtió lentamente en una nostalgia palpitante, me recordaba a todas las heridas que conocí en mi niñez. Era un dolor profundo que brotaba de mi hueso destrozado, y a la vez de una calidez digna del beso de una madre para sanar la misma herida.

Así pasaron cuatro días y tres noches, acostada en el valle. Pensando en días pasados y en noches venideras. Recordando la larga caminata que habíamos hecho, atravesando los altos pastizales que le llegan a uno al cuello y lo convierten en una cabeza flotante, las altas laderas que deberíamos haber escalado y que mi pierna, ahora astillada, no nos lo permitió, recordando y suponiendo. Los ojos de Stussi, blancos, vacíos de vida, envejecidos. La voz del Capitán, muda, despojada de sí, robada. Los treinta y dos compañeros que se había llevado la noche, ausentes pero nunca olvidados.

La luna ya se escondió y volvió a mostrarse, espléndida, cuatro veces desde que emprendimos nuestra misión, y ahora creo entender. Los ojos de mis compañeros se parten en lágrimas, yo les sonrío y los recuerdo, el primer día, el último.

Para entrar a Erks hay que ganarle a la vida y perderse en la muerte.


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