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Foto del escritorJJ Uli

HIROKI DE MIS DÍAS

Actualizado: 26 jul 2020


Ilustración: Monte Fuji y pescador, Katsushika Hokusai.

Largos son los días desde que TAKESHI decidió partir.


La luz del reflejo se esfumó y las sombras se apoderaron del invierno, dueñas de todo.

Las verdades fueron desplazadas por metal y la hostilidad del templo prohibió salir el sol de noche. Todo estaba volcado... las sabanas vomitaban cadenas y el espeso aire del pueblo contaminaba hasta los más recónditos escondites. Las nubes bajaron hasta los suelos para cubrir todo de un gelatinoso manto oscuro.

Y el televisor repetía todo el tiempo aquel inútil y aburrido programa.

¿Su mente?: ¡No me preguntes por ella! tuve vergüenza de saber si todavía se animaba a soñar.


YUMIKO, alejada de la niebla, es quien miraba en cada vuelta de la Tierra y cada vez que podía, hacia adentro, hacia la purpura de las cosas. Sus pantalones vagos a veces eran tierra, a veces eran piedra, para ayudarla así, a su cuerpo, a engendrarse entre las hormigas.

YUMIKO, la hija de TAKESHI, lloraba por las tardes. No podía entender en qué momento fue que Los Grises empezaron a invadir su pueblo, pero a pesar de todo, siempre lograba observar con sus binoculares desde un punto ciego en las montañas. Y agradecía.


NAOZOMI, el Dios de la Esperanza, unificaba con tan sólo su mirada, su presencia. No solía hablar, respetando así el color del viento: sus melodías. Su perfume a miel confundía a las lavandas y yo, cada vez que podía, corría a abrazarlo.


NAOZOMI, él nunca se fue. A pesar de la invasión siguió visitando a su familia. En realidad, nunca se preocupó tanto por la rebelión, él solía visitar la ciudad llevando dulce y música. Fue así que Los Grises lo ignoraban, desentendidos de su melodía, no se preocupaban, creían que NAOZOMI era silencio en la tormenta. Pero quienes se quedaron en el pueblo y podían oírlo, cada vez que aparecía, llenaban de agua sus cuencos.


YU, parecía una hermosa fusión entre NAOZOMI Y MAKOTO: era recta, indiscutible, fuerte. Su honestidad era capaz de trizar la ilusión que reflejara cualquier espejo. YU fue quien mas enojada estuvo con TAKESHI, entre ellas existía tal voracidad que el hambre al verse devoraba sus entrañas. Mas el cariño era infinito. Es por eso que un día YU decidió partir junto a las tortugas por la corriente del mar, y así, ir en busca de algún otro pueblo.


El día que ocurrió todo y vio sus cosechas ser pisadas por El Monstruo, como si existiera un tiempo sin velocidad, fugazmente se trasladó a otro mundo. YU ahora vive entre los jardines...


Y AI es el amor. Vive enamorada. Curando sus heridas con besos, se hamaca y desintegra los gritos de los mudos entre risas, confundiendo cualquier escondite con poesía, convirtiendo cualquier semilla en castillos rodeado de bosque. AI, la otra hija de TAKESHI, comprende a Los Grises, comprende a TAKESHI. Fue la primera en entender La Guerra. Porque claro, AI es el amor, y es la única que puede comprender La Guerra.


TOMOHISA, entre rebeliones, lagrimas e injusticias, siguió apostando por TAKESHI. Nunca confió en el poder de los mas débiles, ni en sus palabras, pues entendía que a pesar del fuego más grande había algo invisible. Intangible y poderoso. Nunca intentó explicarlo ni trató de que lo entiendan. Rodaba y se deslizaba entre Los Grises burlando sus tontas cabezas, TOMOHISA, hasta podía hacerlos bailar alegres, durmiéndolos en sus sueños. Él sabía que, con su sangre y su cuerpo, con sus manos, con la luna y el espacio y los planetas, podría vibrar por siempre cualquier existencia. Todo aquello que brilla en forma inherente y, que, aunque en algunos pueblos no lo sepan, es la voz que más se escucha o también, podría decir, es el árbol mas fuerte.


Si, tal vez TOMOHISA exageraba y a veces resultaba gracioso oírlo hablar.


Mencionaba orillas que desembocan en la cima de un valle, peces que vuelan por los aires, lluvias de acuarelas, niños que crecen al revés. Todo el tiempo con sus fantasiosas verdades entre la gente y en la nieve, TOMOHISA con su calidez, con sus platos mas tibios.


TOMOHISA, él me decía siempre: ¡volvamos a la montaña! Para resurgir. En las montañas donde se encontraba con YUMIKO, para jugar a la amistad, entre binoculares. Y donde, cuando retrocedieron mil lunas, pudo verse a TAKESHI, dibujando un regreso.



Hiroki de mis días, es un cuento de la artista Anima.

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